Dos años después del Golpe de Estado, el líder del enclave alemán mandó a comprar una casa en Santiago que sirvió de base de operaciones de la Colonia Dignidad. Su paranoia era tal que la modificó con un cuidadoso sistema de televigilancia, petardos disuasivos y alambradas. A días del anuncio del presidente Boric sobre expropiar los terrenos de la Colonia en Parral, Región del Maule, los vestigios de la secta alemana también siguen allí: la casona en la que se escondieron los químicos con los que la DINA fabricó gas sarín y que recibió en distendidas fiestas al “Mamo” Contreras y a Lucía Hiriart.
x Tomás García Álvarez
¡Corte!- se escucha al terminar una escena de la serie Los Archivos del Cardenal (TVN).
Los camarógrafos se mueven de un lugar a otro antes de volver a grabar. Es 2010. El actor Benjamin Vicuña, que hace de abogado de la Vicaría de la Solidaridad, tiene el torso desnudo, rasguños y golpes en la cara. Acaba de ser torturado por quien simula ser Michael Townley de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Todo es ficción, claro. Pero el sótano de la casa en Campo de Deportes 817 donde se ha filmado la escena, no. Allí, donde parte del equipo de la serie sintió el frío y la desolación, la Colonia Dignidad había escrito su propia historia.
Sandro Gaete, quien estuvo a cargo de la Brigada de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones a finales de los años noventa, cuenta que en ese entonces toda la investigación giró en torno a las denuncias por abuso sexual en contra de menores y que los allanamientos quedaron hasta ahí.
Pero entonces, ¿hubo interés de investigar la casa a medida que se supo más de la relación de Colonia Dignidad con la dictadura?
No, porque la única referencia como lugar de tortura es una colateral que da Luz Arce (militante socialista que luego de vivir la tortura colaboró con la DINA). Ella dice que la llevan a una casa que cree que está en Ñuñoa y que la interroga una persona que habla alemán y que podría ser el doctor Hopp (colono alemán), pero no puede ser él porque está documentado que estaba estudiando en Estados Unidos en esa época.
¿Se realizaron diligencias para determinar el uso específico que se le dio a la casa?
No hubo interés de volver a revisar el lugar porque nunca aparecieron testimonios. Los prisioneros de Colonia Dignidad eran trasladados a Villa Grimaldi (…). Esa casa era la base de la Colonia en Santiago.
Gabriel Morales y Eduardo Carvajal vivían frente a frente cuando se conocieron en Campo de Deportes. Eran niños que jugaban tenis y fútbol y, junto a otros amigos, veían correr a los atletas que entrenaban en el Estadio Nacional.
En aquel barrio todos se mezclaban con todos: clase media, ministros de Estado y dueños de industrias de la época. Gabriel vivía precisamente al lado de los Grau, quienes hicieron una larga carrera empresarial ligada al cemento. Habían instalado más de quinientos kilómetros de alcantarillado durante los primeros años del 1900 en Santiago.
Era habitual verlos disfrutar de la piscina y del patio en fiestas que reunían a familia y amigos. Un día todo eso se terminó. “Antes las casas estaban abiertas, entonces se notó cuando llegó la dictadura. Mi papá estuvo más de un mes preso y la familia de Gabriel estaba muy constreñida. Había una desorientación, una tristeza, como si hubiera caído encima del barrio un bloque de cemento”, rememora Eduardo Carvajal.
Los más chicos tuvieron que entender que en esa nueva realidad los militares mandaban y había que obedecer. Pero no era tan sencillo. Había situaciones que merecían explicación como, por ejemplo, la llegada de un grupo de personas altas y rubias a la casa de los Grau que no salían ni saludaban nunca.
En 1974, la familia Grau decidió vender la propiedad ubicada en Campo de Deportes 817, en Ñuñoa. Era la casa esquina más grande de la manzana, con un terreno de más de 1.600 metros cuadrados. La Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad (SBED) se interesó inmediatamente en ella.
Más conocida como Colonia Dignidad, la SBED reunía a una serie de colonos alemanes que se instalaron en un inmenso predio en la comuna de Parral, Región del Maule, a inicios de los años sesenta. A la cabeza estaba Paul Schäfer, convertido en un especie de predicador, habiendo trabajado con niños en riesgo social y acusado de abuso sexual en Alemania, convenció a sus seguidores de migrar a Chile.
La casa era espaciosa, alta, de dos pisos, con un piso de parquet reluciente, un patio deslumbrante y una particularidad que no tenían otras propiedades: un sótano que cubría todo el perímetro de la casa con una construcción sólida y duradera.
Aunque la SBED había comprado un año antes dos departamentos en Román Díaz 512, Providencia, para tener un lugar en el que pudieran instalarse los colonos llegados de Parral, la casa era mucho más atractiva y cumplía con las características que buscaba Schäfer.
El 15 de enero de 1975, la sociedad, representada por su presidente Hermann Schmidt Georgi, íntimo colaborador de Schäfer, cerró el trato con la familia Grau Torm y pagó la suma de 100.000.000 de escudos de la época por la compra de Campo de Deportes 817.
Una tarde de otoño, Gabriel se asomó por la ventana que daba a la casa y vio a un grupo de jóvenes mujeres. Tenían el pelo largo bien sujeto y vestían a la vieja usanza. Barrían con obtusa concentración las hojas regadas en el patio como si obedecieran una orden convertida en obsesión. De pronto, se escuchó el grito de un hombre y ellas desaparecieron en fila militar. Gabriel quedó sorprendido.
Los recién llegados eran recelosos con su espacio. Cautelosos, reservados. Apenas se dieron cuenta que tenían a mirones encima, instalaron volcanitas en el terreno para impedir que los vieran desde las casas vecinas. Esa instalación, aunque rudimentaria, tomaría mucho más sentido semanas después.
Algo de eso recuerda Patricio Schmidt Spinti, hijo adoptivo de uno de los jerarcas de la Colonia, cuando a sus 17 años cumplió su sueño: volar en avión a Santiago. No recuerda el camino, pero sí su llegada a la casona en Ñuñoa que ya sufría modificaciones. De hecho, su presencia allí era colaborar con la faena.
“Mi deseo era ir a Santiago con mi papá adoptivo que volaba en el avión. Me quedé como una semana lijando y pintando la casa. Ya estaba ocupada, pero se tapaban las camas y el piso y se pintaba. Después se hizo el subterráneo donde había un par de guardias”, rememora.
Ya en marzo de 1975 fue que los vecinos notaron extraños movimientos de camiones en la casa. “Eran como los típicos alemanes de dos cuerpos, grandes y cafés. Salían como tres o cuatros cargados de tierra diarios de allí adentro”, recuerda Gabriel Morales.
A solo metros del Estadio Nacional, los alemanes iniciaron las obras de una construcción subterránea que demoraría semanas y se dividiría por etapas. La primera, y fundamental para instalarse en Santiago, se ubicó justo debajo de una pequeña casa que los Grau usaban como oficina.
Los colonos cavaron durante días un gran hoyo en la tierra para luego revestir el sitio con cemento sin tanto cuidado ni prolijidad. El subterráneo fue equipado con calefacción y camarotes, una puerta blindada y entradas de aire a los costados, también una escalera para acceder desde el patio. Eran dos dormitorios para los colonos, que en realidad eran servidores de la Colonia. Pero la verdadera obra de ingeniería tardó un poco más.
La orden era clara: levantar una plataforma hidráulica que permitiera esconder vehículos. Se dispusieron estructuras metálicas, poleas y motores marca Bosch que hacían la magia. En el interior de la casa se ubicó la caja con la que se manipulaba la plataforma: con tan solo apretar un botón podían hacer desaparecer de la tierra los vehículos. Sobre todo uno. Quizás, el más valioso.
“En la plataforma hidráulica se escondía un Mercedes Benz. Todos los lunes llegaba Paul Schäfer desde la Colonia, salía el auto y se iba al edificio Diego Portales a reuniones con los generales de la Junta Militar”, puntualiza Winfried Hempel.
El abogado creció en el fundo de Parral y vivió la niñez aislada impuesta por el “Tío Schäfer”. Conoció Campo de Deportes 817 siendo estudiante de derecho en Santiago, pero también por los antecedentes recabados representando a las víctimas del enclave alemán.
Agrega que “todos los alemanes tienen una obsesión con los zócalos”, pero que las medidas de seguridad, tanto en la casa como en Parral, eran excesivas y que “todo se inscribía en la paranoia que tenía Schäfer”.
Campo de Deportes 817 estaba al cuidado de Erna Hühne, una mujer de cuerpo macizo, facciones duras, sería y con aires de institutriz. Era quien daba las instrucciones y recibía con indulgencia a los colonos. Uno de ellos era Albert Schreiber, segundo hombre en la jerarquía del enclave alemán.
“El espía” llevaba la contabilidad de la Colonia Dignidad y era el enlace directo entre Schäfer y el Ministerio de Justicia e Interior del régimen de Pinochet, a quienes seguía y documentaba. Su presencia en Campo de Deportes 817 se hizo frecuente y tenía sentido: la casa era usada como una base de operaciones y logística de la Colonia Dignidad en Santiago.
Por allí también transitaba Hartmut Hopp, colono que cumplía labores en el hospital de Parral y sobre el cual pesarían acusaciones por su rol como fabricante de armas químicas. Y también Alfred Matthusen. Este último tenía la importante tarea de recibir las maletas que el brigadier de la DINA y encargado de las operaciones en el extranjero, Christoph Willike, gestionaba desde Alemania.
En 1993, un ex cadete de la Escuela Militar llamado Wolf Von Arnswaldt declaró que un año después del golpe de Estado, Willike, ex compañero de la escuela, llegó a las oficinas de LAN en las que trabajaba en Frankfurt. La cercanía y su propia historia con la Colonia lo hizo participar de un intercambio que se extendería por más de tres años luego de que Willike le presentara a Alfred Schaak, representante de la Colonia Dignidad en Alemania.
Así, el hombre le entregó una veintena de maletas que Von Arnswaldt despachaba a Chile evadiendo los controles aduaneros. Todas ellas contenían químicos altamente peligrosos. En Chile, Alfred Matthusen retiraba el equipaje desde el aeropuerto y lo trasladaba hasta la casa de Campo de Deportes 817, lugar en el que se guardaron los elementos que sirvieron a la DINA para fabricar gas sarín destinado al asesinato de opositores políticos, tal como darían cuenta investigaciones posteriores.
La historia de la casona también tiene entre sus pasadizos a otras figuras del régimen militar. Además de los reconocidos jerarcas, la casa recibió en múltiples oportunidades a funcionarios de Pinochet. El integrante de la DINA, Pedro Espinoza, diría que en Campo de Deportes 817 se realizó una recepción para Lucía Hiriart y una de sus hijas. Una cena espléndida que buscaba agasajarla y generar las confianzas con el régimen. También dijo que a la casa llegó la jueza Monica Madariaga (ministra de Justicia) a participar de distendidas tertulias y que Manuel Contreras (director de la DINA) se reunía frecuentemente en almuerzos con los jerarcas. Schreiber era el contacto directo y además fungía de traductor cuando Paul Schäfer no encontraba las palabras para hacerse entender.
No hay registro de las conversaciones en el lugar, pero sí de los múltiples usos, como por ejemplo, que también fue centro de distribución de la Colonia Dignidad. Pan, pasteles y kuchenes salían desde la casa después de recibir camiones cargados por los niños alemanes en Parral.
Patricio Schmidt recuerda este trabajo y Winfried Hempel coindice con él. “Nosotros cargábamos todos los domingos a lo menos dos o tres camiones Mercedes Benz llenos de cajas de pan. Para un cabro chico era una lata. Llegaban a la casa de Ñuñoa y se distribuían a los Jumbo de Horst Paulmann”.
Otras de las estrategias utilizadas por los colonos para enternecer las relaciones con la Junta Militar eran los regalos que le hacía a los generales de la policía. Así quedó registrado en algunas cartas que enviaba Schreiber al “Tio del Taller” (Schäfer) desde la casa de Ñuñoa:
“Una de las tortas, la llevé a la casa del General Ormeño (…) tuve que compartirla con la esposa, hija, el yerno e hijo. Comimos la torta del Fundo y tomamos whisky. (…) En la casa del General Lutjens me recibió la esposa en el portón y me invitó a pasar. Agradecí, entregué la torta y me despedí”.
Era común que el líder alemán ordenara proteger los terrenos, instrucciones operativizadas por su encargado de seguridad, Erwin Fege. Así, se armaron planes de defensa para las propiedades, los cuales tiempo después llegaron a manos de la policía. En uno de ellos se lee:
“…en el garage y en el cruce de Campo de Deportes con Los Pescadores hay que romper la vereda y simular una obra. Cerrar la vereda…..se deben instalar tres interruptores pulsantes. Cada interruptor debe activar 5 petardos, los instala O. Kart”.
Nada de eso era algo nuevo. Todas las entradas de la casa y ambos subterráneos estaban protegidos por puertas blindadas (que hasta hoy siguen ahí) y la casona rodeada de material explosivo como elementos disuasivos ante amenazas externas y que se activaban presionando el botón Knall Frosch.
Al lado de la cocina que el equipo de Los Archivos del Cardenal eligió para grabar otra escena de la serie, los colonos instalaron varios televisores que recibían las señales emitidas por las cámaras de seguridad, además de conexiones de radio con altas antenas que brotaban del techo de la casa y de uno de los árboles del lugar. Era un verdadero cuarto de vigilancia desde donde se monitoreaba toda la actividad, tanto interna como externa.
El histórico detective Sandro Gaete comenta que Colonia Dignidad “hizo una gran inversión en micrófonos, cámaras de seguridad y alambradas”. Y lanza una hipótesis: “lo que yo siempre he creído es que la lógica no es simplemente que la gente no entrara, sino que tampoco saliera. Evitar que quienes llegaban a dormir pudieran escaparse”.
En 1996 y 1998 se realizaron dos allanamientos en los que la policía quedó sorprendida. Los hallazgos permitieron imaginar qué podrían encontrar si realizaban una profunda revisión al fundo de Parral, lo que finalmente no ocurrió o no en su totalidad por su impenetrable extensión.
La casa continuó siendo propiedad de la Colonia Dignidad cuando el enclave ya era apuntado por la justicia y autoridades políticas. Algunos jóvenes colonos intentaron ocuparla como medida de reparación (o recuperación), entre ellos Winfried Hempel, y funcionó a medias. Al menos hasta 2012 cuando fue vendida a la empresa Maclean Limitada, dedicada al rubro del aseo.
Los trabajadores de la empresa encontraron cables, micrófonos, algunos rayados en las paredes. En el subterráneo todavía se puede leer uno: Tür zú!, que significa ‘Cierra la puerta’.
Además, había cajas de condones en la habitación usada por los jerarcas. Un cuarto estrecho debajo de la escalera con un teléfono café a mano (mismo lugar en que los jóvenes colonos habían encontrado antes una metralleta con un cartucho de balas), y la arquitectura que escondía el Mercedes Benz de Schäfer. Finalmente, la empresa optó por tapar con cemento la plataforma hidráulica y la piscina. Pintó las paredes y llenó el sótano con implementos de aseo.
“Cuando llegamos había muchos libros y cuadernos escritos en alemán. Los botamos a la basura. De haberlos guardado podríamos saber cosas que nunca se supieron de esta casa”, comenta un trabajador de la empresa mientras apaga su cigarro en el cemento que cubre la plataforma hidráulica de Colonia Dignidad enterrada varios metros bajo la tierra.
Comentario del equipo Efecto: Creemos que todavía hay información que podemos saber de la casa. Por eso, si tienes más información, escríbenos y juntxs completemos esta historia.