Estallido social

YOSHUA, LA NOCHE QUE TE BUSQUÉ EN LA KAYSER

Solange Arias tiene viva en la memoria la tarde del 20 de octubre de 2019, cuando en medio de un fuego arrasador llegó hasta la Fábrica Kayser, en la comuna de Renca, a buscar a su hijo Yoshua Osorio. Ni sus gritos ni la tardía acción de bomberos pudieron contener las llamas que llegada la noche pintaron el cielo de negro. Esta historia, y otras dos más de víctimas del estallido social, forman parte del libro “Así mataron en octubre”, publicado esta semana por LOM ediciones, del historiador y magíster en Escritura Narrativa, Dauno Tótoro Navarro. Aquí puedes leer uno de sus extractos, a cinco años del día en que comenzó a cambiar la historia reciente de Chile.

x Dauno Tótoro Navarro

Mucha culpa siento porque te pones a pensar de repente que lo cuidaste toda una vida para que te lo arrebaten en segundos”, le dijo Solange Arias, madre de Yoshua Osorio, al escritor Dauno Tótoro Navarro durante el proceso de entrevistas para construir la que se transformaría en su tesis del Magíster en Escritura Narrativa de No Ficción de la Universidad Alberto Hurtado.

El proceso de escritura llevó al también licenciado en historia a cruzar tres relatos que tienen en común una fecha y, además, las formas en las que sus vidas se apagaron en medio de uno de los procesos sociales más masivos y turbulentos que ha vivido Chile en los últimos 35 años. 

Las historias de Romario Veloz, muerto por la acción de cuatro funcionarios del Ejército en La Serena; Álex Núñez, manifestante que terminó con muerte cerebral por golpes de carabineros y Yoshua Osorio, fallecido en el incendio de las bodegas Kayser, dan cuenta de los primeros días del estallido social y constatan a través de un ejercicio de memoria las prácticas con las que agentes del Estado buscaron no solo contener las manifestaciones, sino que atemorizar a la población.

“Cuando me contaron las tres historias, al estar ya realizadas las entrevistas, se mostró muy claramente que se podían entrelazar, eran tres historias cruzadas, que, en el fondo, la propia historia con mayúsculas unió y cruzó a través de lo que vivieron”, dice Dauno Tótoro.

El autor insiste en que en la actualidad la historia del estallido busca reescribirse desde ciertos sectores y que, en ese sentido, el libro está pensado para que “sirva como un registro, como constatación, que sea un retrato de lo que ocurrió en la revuelta” precisamente cuando, agrega, “están tratando de culpabilizar a los propios manifestantes de lo que hoy se vive en el país”.

A continuación te invitamos a leer uno de los extractos que forman parte del libro “Así mataron en Octubre. Crónica de tres casos de la editorial LOM.

Domingo 20 de octubre, 18.00 p.m., Renca.

En las inmediaciones de las bodegas Kayser se conglomeraban decenas de militares. «No sé cuántos llegaron, eran camiones, seis o siete… Está bien, estábamos en toque de queda, pero fue muy masivo», recuerda Solange.

Se sabía que se habían encontrado cinco cuerpos dentro de las bodegas en llamas; estaba en prácticamente todos los medios de prensa. Pero Solange no se enteraba aún por estar ocupada en la búsqueda de su hijo. Seguía gritando por Yoshua, y mientras lo llamaba por su nombre, instaba a la gente que rodeaba las bodegas a que la ayudaran.

Solange les insistía a los bomberos allí presentes que se hicieran parte de la búsqueda. Entonces, durante esa batahola, le dieron la noticia y todo se paralizó por un segundo, antes de volver a saltar. «No sé a quién llaman, pero dicen que encontraron cinco cuerpos, que salió en la tele, y ahí nos fuimos arriba de los bomberos».

«Fue terrible», dice. Sintió una angustia enorme, pensó en la posibilidad de que uno de esos cinco fuese su hijo, en la imposibilidad de entrar a verificarlo, mientras crecía en su interior la impotencia por no poder sacarse esa duda de encima, y también la rabia y molestia por el trato de bomberos, por la presencia de militares. Era algo que iba mucho más allá de sus fuerzas. «Ver a mis hijas que estaban tiradas en el suelo, derrumbadas, es un dolor tan grande, ver que no abrían una lata, no hacían un esfuerzo, no abrían nada para entrar».

Quería traspasar el fuego y entrar a la bodega, no le importaba quemarse, no le importaban las llamas, lo importante era entrar, «ir a ver si está adentro mi hijo».  

La impotencia la consumía, mientras las bodegas seguían ardiendo y se elevaba una inmensa columna de humo negro que se hacía visible a kilómetros a la redonda, destacando las bodegas en llamas. 

Gráfica por Bárbara (@vuelosinprisa).

El edificio de Kayser tenía dos pisos y adelante había un pequeño estacionamiento para los visitantes del lugar. El salón de abajo estaba en llamas y Solange recuerda que «era tan fuerte el fuego que te tiraba para afuera y no podías acercarte». Se paraba en los andenes y «lo único que hacía era gritar: ¡Yoshua! ¡Yoshua! ¡Yoshua!», a la vez que corría, iba de una punta a otra, llegaba hasta el final del terreno buscando una entrada.

Desde afuera la gente trataba de romper las ventanas del segundo piso que se mantenían selladas herméticamente, al punto de que no les entraba fuego; les tiraban piedras, fierros, palos, pero no se quebraban. 

Solange también miraba hacia el supermercado Líder, pensando en la posibilidad de que quizás se lo hubiesen llevado detenido, porque los militares que habían llegado estaban sacando esposados del supermercado a jóvenes mientras los apuntaban con fusiles, a diferencia de lo ocurrido en las bodegas de Kayser, donde no hubo detenidos, a pesar de que hicieron ingreso a sus dependencias cientos de personas que lograron escapar ilesos antes del incendio.

Estaban en ese desalojo controlado por los uniformados en el supermercado, cuando «así como de la nada, se quemó el Líder». Los bomberos, antes de que terminara el incendio en Kayser, se encaminaron raudos hacia la tienda que ahora estaba en llamas. Mientras tanto, ella no perdía la esperanza de encontrar algo. Pero no había ningún lado por donde hacer ingreso al edificio. Solange tiene grandes sospechas que se fueron gestando desde ese día: «Yo no sé si a Yoshua lo entraron o entró…».

«Fue estar toda la tarde ahí, buscándolo». Largos momentos de angustia, de exigir por su hijo, de frustración por no saber nada. Se aproximaba el toque de queda y estaban los militares en el lugar. Solange fue una de las últimas personas a las que echaron, «porque yo les dije que no me iba a ir hasta que no sacaran los cuerpos».

Se quedó hasta pasado el inicio del toque de queda, desafiando a los uniformados, mientras les decía que no se iba a ir porque quería reconocer si estaba su hijo. Pero luego de las amenazas de los soldados de llevársela detenida y con la insistencia de sus acompañantes, se vio obligada a retirarse. «Me tuve que venir con esa pena, esa rabia y esa pregunta de si será mi hijo el que está ahí». 

Solange no recuerda bien el camino de vuelta, ni qué hizo ni en qué pensaba en ese tramo de pocas cuadras. Pero sí está segura de que, cuando llegó a su hogar, lo único que hizo fue preguntar por su hijo por todas las redes sociales posibles, asegurándose de que estaban haciendo el máximo esfuerzo para que él apareciera, a pesar de verse obligados a estar encerrados. Solange recuerda que toda la familia se activó: «Todos buscando, entre todos: ‘Se busca, se busca, se busca al Yoshua’».

En su casa, mientras sus llamadas de búsqueda y de ayuda se masificaban en redes, Solange recuerda que le «entró la desesperación, la pena, un dolor enorme». No sabía dónde estaba su hijo, qué era de él, por qué estaba pasando lo que pasaba, y por qué a ellos, por qué a ella, por qué a él. 

Esa noche no durmió. No comió. Sólo pensaba en encontrar a Yoshua. «No sabes dónde está tu hijo, estará en una comisaría, estará pasando frío, estará pasando hambre, le estarán pegando, sin saber que era mi hijo el que estaba muerto».