No acaparó cámaras, no se dedicó a la política ni tituló diarios como lo hizo su papá. Cristián Letelier Morel, hijo mayor de Orlando Letelier, renunció al camino que forjó el embajador de Salvador Allende mucho antes de saber que un autobomba lo había asesinado en Washington, en 1976. Esa muerte le dio vuelta la vida. Se convirtió en actor de Hollywood y personal trainer de las personas más ricas de Beverly Hills. Pronto a cumplirse cincuenta años del crimen de su padre perpetrado por el régimen de Pinochet, y todavía viviendo en Estados Unidos, dice que la actuación le permitió resguardarse del mal. “Creo que me daba paz el saber que los que explotaban y mataban después se limpiaban, se paraban y no pasaba nada”.
x Catalina Marconi
-¿Es usted Cristián Letelier?
-Sí, ¿por qué?
-Señor, mataron a su padre.
Quien le informó de la noticia, ese 21 de septiembre de 1976, fue la decana de la escuela de Estudios Internacionales de la Universidad de South Carolina. Estudiaba Relaciones Internacionales y Política marítima y medioambiental cuando se enteró de la boca de ella que el ex embajador Orlando Letelier estaba muerto, también su asistente Ronni Moffitt. Más de 700 kilómetros lo separaban del lugar. Un autobomba había estallado en Sheridan Circle, en Washington D.C, y Cristián no lo creía. Llamó a su casa y entonces el mundo entero se paralizó.
“Tenía 19 años. Era súper chico. Y a mi papá, que era mi héroe, lo habían asesinado. Me afectó aún más porque era en una época donde habían asesinado a Kennedy, a Martin Luther King y luego a mi papá. Entonces, quedé con la sensación de que a todos los hombres buenos los matan”, recuerda Cristián.
Aunque continuó con sus estudios, su perspectiva de la vida cambió radicalmente tras este hecho. Tiempo después, realizó una pasantía en el Capitolio con el congresista Michael Harrington, quien intentaba reformar la CIA buscando enfocarla hacia planes de inteligencia, en lugar de operaciones encubiertas.
Allí la historia le salpicó la cara.
“Tuve acceso a archivos clasificados. Podía ver todo lo que habían hecho Kissinger y Nixon”, recuerda Cristián. “Y ahí salía que mi papá le había preguntado directamente a Kissinger si Estados Unidos estaba involucrado en el golpe en Chile, y él le dijo que no. Pero estaban todas las pruebas”.
Había llegado junto a su familia compuesta por su mamá Isabel Margarita Morel y sus hermanos José Ignacio, Francisco Javier y Juan Pablo (ex diputado y senador del Partido Socialista) desde Venezuela a vivir a Estados Unidos, en 1960. Diez años después, el presidente Salvador Allende nombró embajador a su padre, Orlando Letelier.
Aprendió junto a sus hermanos la historia de Chile, a bailar cueca y a no soltar por nada sus raíces. “Había una sala que se llamaba la Sala Chile y ahí todos los funcionarios que tenían familiares chilenos mandaban a los niños para que se vincularan”, comenta Cristián.
A su padre lo recuerda como una figura multifacética. Un economista brillante, buen deportista, alguien que equilibraba la disciplina con el afecto. El ex embajador sabía nadar y boxear. Esto último se lo enseñó a sus hijos. Lanzar las manos para defenderse y esquivar los golpes ajenos. El amor por el agua también. Cristián todavía recuerda, con una sonrisa nostálgica y duradera, cuando en Papudo y Zapallar nadaban juntos y “me llevaba a todas partes en sus hombros”.
Las postales junto a su padre quedaron guardadas en la memoria luego de que el 11 de septiembre de 1973, desempeñándose como ministro de Defensa, fuera arrestado y llevado al Regimiento Tacna y a la Escuela Militar. Más tarde sería trasladado al campo de prisioneros de Isla Dawson, en la Región de Magallanes, donde permaneció detenido durante ocho meses.
Para su familia, que desconocía su paradero, la incertidumbre se convirtió en una carga insoportable.
“Nosotros no sabíamos si estaba vivo o muerto, pero un día llegó un sacerdote con unas medallas de piedra volcánica que tenían nuestras iniciales. Gracias a eso supimos que estaba vivo cuando se lo llevaron a Dawson”, rememora Cristián.
Gracias a la presión internacional, Orlando Letelier fue liberado y retornó a la capital estadounidense. Sin embargo, su activismo contra la dictadura lo convirtió en un blanco del régimen de Pinochet.
“Incluso después de que salió de Dawson, le ofrecieron en Venezuela vivir en una isla, con barcos y yates y un sueldo increíble. Y él en vez de aceptar, dijo ‘yo voy a volver a Estados Unidos a trabajar para liberar a la gente de Chile, a mis compañeros que siguen en Dawson y a sacar al fascismo’”, relata.
Desde su labor como investigador en el Institute for Policy Studies -un centro de investigación independiente dedicado a promover un orden mundial más justo y equitativo a través de la investigación y la educación-, Orlando Letelier se abocó a denunciar de manera activa los crímenes de la dictadura.
Sus amigos y conocidos de distintos organismos financieros internacionales, como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo, consultaban con él cuando Augusto Pinochet solicitaba préstamos para restaurar la economía en Chile, a lo que Orlando Letelier se negaba tajantemente.
“Ellos le hacían caso, eran súper amigos y lo conocían como un economista muy valioso, entonces eso le dio mucha rabia a Pinochet. Por eso fue que le retiraron la nacionalidad chilena y al poco tiempo le pusieron la bomba en el auto”, cuenta Cristián.
Frustrado en un principio por el incierto paradero de su padre, y luego marcado por su asesinato orquestado por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), Cristián encontró en el deporte una forma de lidiar con el dolor. “Me metí al atletismo intensamente porque era mi manera de desquitarme, mi terapia para no ir a matarlos a todos”, confiesa.
Había practicado fútbol americano y karate en Estados Unidos. Esa disciplina la extendió luego al fisiculturismo y al levantamiento de pesas, abriéndose así puertas en el modelaje. “Fue mi manera de canalizar el enojo, de transformar la rabia en algo positivo”, dice hoy.
Con 22 años y buscando pagar sus estudios, Cristián trabajó como mozo en eventos exclusivos en la prestigiosa empresa de catering Ridgewells, en Washington. Servía en fiestas de embajadas, galerías y reuniones donde llegaban autoridades mundiales: reyes, presidentes, embajadores y celebridades. “Incluso trabajé en la boda de María Shriver y Arnold Schwarzenegger”, recuerda entre risas.
Fue en una de esas noches que conoció a un inversionista, en la embajada francesa, que luego lo llevó a una fiesta privada y allí ocurrió uno de los encuentros más inesperados de su vida.
“Llegué pensando que sería el bartender, pero me dijeron: ‘Olvídalo, solo quiero que conozcas a Lenny’. Me encontré frente a un hombre con cabello blanco tocando el piano. Me preguntó si conocía la música que estaba tocando, y yo no tenía idea. No sabía ni quién era. Hasta que tocó la música de West Side Story, (una de las obras más importantes y trascendentales del teatro musical estadounidense). Cuando le dije que la conocía, me miró y dijo: ‘Menos mal que no estás perdido del todo. Yo soy Leonard Bernstein’”.
Esa conexión lo llevó al Kennedy Center, donde el compositor estadounidense lo contrató para asistirlo dando vuelta las páginas de las partituras durante sus conciertos. Bernstein lo presentó a su círculo de amigos, que incluía a figuras como Liza Minnelli y Jane Fonda.
“Leonard me decía: ‘eres el peor asistente que he conocido, pero el más simpático y amigable que he tenido en toda mi vida’”, recuerda Letelier.
La amistad con Bernstein culminó en una invitación para trabajar en el revival de West Side Story en una gira desde Florida hasta Broadway.
Ese encuentro marcó el inicio de su carrera en la actuación. Cristián se fue a vivir a California, donde incursionó en el modelaje y allí conoció a los productores de cine Rosilyn Heller y Bob Guttwilig quienes le consiguieron pequeños roles en algunas películas. Utilizó su físico y entrenamiento en artes marciales para destacarse entre los demás.
Desde 1980 participó en películas para televisión como “The Dorothy Stratton Story”, “The day of the warrior”, “First Strike” y también bailando en películas como “The Best Little Whorehouse in Texas”.
Aprovechando sus dotes de baile llegó a liderar proyectos como el programa “Totalmente en Forma”, que fue transmitido durante más de una década en Chile y otros países de Latinoamérica. En este espacio, Cristián realizaba sesiones de ejercicios para enseñarle a las personas en sus casas.
Esa incursión en la televisión le abrió espacio en diversas esferas sociales, pero jamás pensó que lo convertiría en personal trainer de destacadas figuras del jet set norteamericano.
Todos vivían en el caudaloso barrio Beverly Hills.
Sus clientes eran desde empresarios importantes hasta jóvenes que buscaban prepararse físicamente para ocasiones especiales. Entre los más destacados se encontraba José Luis Nazar, conocido empresario chileno que solía donar dinero a la Teletón.
“Un día unas mellizas que yo entrenaba me invitaron a una fiesta en la que había un montón de personajes famosos, y yo terminé bailando y haciendo unas demostraciones de ejercicio y saqué como siete clientes. Así empecé”, relata sobre esa época.
Esta faceta le permitió a Cristián mantenerse en forma mientras seguía con sus compromisos familiares y actorales, especialmente cuando su esposa, ingeniera de profesión, asumió un alto cargo en una empresa en Maryland, lo que llevó a la familia a trasladarse. Todavía vive allí, en una gran mansión, y aunque ahora disfruta de su jubilación del Screen Actors Guild -el sindicato de actores profesionales de Estados Unidos-, Cristián asegura que el entrenamiento y la actuación todavía son parte crucial de su vida.
Algo parecido ocurre con la historia que todavía ronda su existencia. Pronto a cumplirse cincuenta años del asesinato de su padre, Cristián cree que la memoria es fundamental.
Aunque ha intentado escribir y leer sobre el asesinato de su padre, algunos libros son demasiado dolorosos para él. Sin embargo, subraya la importancia de aprender de la historia, de vivir el presente con gratitud.
“La gente tiene que ser más bondadosa”, concluye, destacando que casos como el de su padre, José Tohá, Víctor Jara y las víctimas del Estadio Nacional no pueden ser olvidados. “Si no aprendemos las lecciones del pasado, nos reduciremos a algo horrible”.
¿Alguna vez sentiste un peso o expectativas por tener el apellido Letelier?
“Absolutamente. He ido todos los años a la conmemoración en Sheridan Circle. Sentía que alguien de la familia tenía que siempre estar ahí. Y eso tiene su peso, porque hay veces que ninguno de mis hermanos podía asistir, tenían otras obligaciones, pero yo he ido siempre, todos los años”, dice enfático.
El 2023 estuvo con el Presidente Gabriel Boric en aquella conmemoración. Sobre su gestión, Cristián Letelier tiene opiniones divididas.
“Yo quiero mucho a Boric, creo que es una persona maravillosa, pero uno de los errores fue no considerar a personas de más experiencia en su gobierno, porque los mayores de 40 años tienen experiencia, han estado metidos en la boca del león afilándole los dientes, ya tienen idea de lo que va a hacer la oposición. Aquí en Chile hay dos lados. Uno no puede tirarse solo a un lado y pensar que la oposición va a hacer lo que uno quiere”, apunta Letelier.
¿Qué crees que pensaría Orlando Letelier del Chile Actual?
“Creo que mi padre estaría orgullosísimo de este gobierno. Diría ‘que maravilla que eligieron en Chile a este gobierno, que eligieron también a una mujer, Michelle Bachelet’. Al mismo tiempo creo que también diría que debían negociar un poco mejor, podrían dialogar un poco más, ser más diplomáticos”.