Crecer es aceptar una realidad simple, pero dura: nada es como solía ser. Sin un recambio, en menos de diez años pasamos de jóvenes pokemones, emos y visual a una generación aesthetic, fife o coquette. Desde la academia y la nostalgia, el debate se reabre: ¿Qué fue de los jóvenes que fuimos? ¿Dónde quedaron las tribus urbanas?
x Isidora Pinochet Venegas
Habría que tener una máquina del tiempo para saber si Antoine Lavoisier advertía su impacto en la química moderna cuando, en 1785, comprobó la conservación de la materia. Quizá haría falta otro viaje intertemporal, o muchas explicaciones de por medio, para preguntarle si intuía que su experimento podría aplicarse también a la sociología. Porque aunque pasa el tiempo y las generaciones mutan, las modas juveniles “no se crean ni se destruyen, sólo se transforman”.
Era 2006 y Michelle Bachelet se convertía en la primera mujer presidenta de Chile. En los kioskos, la noticia competía en portadas contra los posters dobles de Avril Lavigne. Al ritmo de ¡Atrévete Te, Te! la calle aguardaba la revolución pingüina. Trajes de oficina, pelos de colores, maletines, piercings y estoperoles compartían la misma vereda. Por primera vez desde el retorno a la democracia serían las y los jóvenes los protagonistas.
La estética juvenil de principios de los 2000 se esparció por el país contagiando a miles de jóvenes en torno a parlantes reggaetoneros o hardcore. Boom adolescente y éxito televisivo ―con programas como El Diario de Eva― que fue tan masivo como efímero. Hoy, es difícil verlos por las calles. ¿Qué fue de los emo, visual, pokemones y gyarus?
No es viernes y su cuerpo lo sabe. Cada miércoles desde las tres de la tarde, Erick Almendra se prepara para ir a las discos diurnas o a la Plaza Maipú, donde haya “más onda”. Por fin estrena sus nuevas Adio negras que combinan perfectamente con la enorme hebilla de su cinturón. El humo sale de su cabello cuando lo plancha, pero no le importa. Mientras más volumen, más macheteado, mejor. Es 2008, tiene catorce años. Es pokemon.
Andrea Ocampo, licenciada en filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile e investigadora sobre cultura urbana, admite que es complejo definir qué es una tribu urbana porque, lejos de ser un concepto cerrado, “responde a las necesidades, emociones, prácticas y costumbres que tienen los adolescentes del mundo de reunirse e identificarse con otros iguales”.
Sentimiento de pertenencia que va más allá de una moda. La también autora de Ciertos ruidos, uno de los pocos textos que analizó las tribus urbanas en Chile en los 2000, insiste en diferenciar ambos términos: “El estilo no necesariamente ha adquirido el corpus suficiente para tener prácticas de consumo o ideología. En cambio, una tribu urbana es una respuesta a una búsqueda de sentido como si fuese una escritura autobiográfica”, explica.
Para el ex pokemon, “vivir la vida, sacar la rebeldía y expresarte sin miedo”, eran tan importantes como las zapatillas con lengüetas gordas y los cortes en capas clásicos de esa tribu. “No hubiera sido lo mismo sin un grupo. Esa época tuvo un sentido de comunidad muy heavy, me sentí muy acompañado”, recuerda Erick.
Como muchos en aquel entonces, el actual publicista y director de arte comenzó a explorar su estilo por Fotolog, ex red social que tomaría fuerza el 2005 cuando adquiere el dominio .com. Fue su crecimiento, en un internet aún primitivo, lo que llevó a establecer un límite para resguardar los servidores: una foto y 20 comentarios por día. Eso, si eras “regular”, los Gold Camera (cuentas de pago), podían subir hasta 6 fotos diarias y mantener 200 comentarios en cada publicación, entre otras configuraciones.
Pagar la suscripción ―que promediaba los $40.000 anuales― no era la única forma de ser Gold. Pertenecer a un team, hacerte popular o ganar uno de los múltiples concursos que organizaban las productoras de eventos, eran las vías más comunes. “Las discos iban y regalaban las cuentas de pago o free pass a las fiestas porque funcionábamos como medio publicitario, como influencers. Yo fui Gold sin pagar ni un peso”, detalla Erick.
A primera vista, de ese joven queda apenas la nostalgia. Su tono tímido y ropa minimalista hace que cueste imaginarlo como un ponceador de Maipú. “Lo que pasó es que crecí, crecimos”, se justifica, “al llegar a la adultez, cambia la vida y debes empezar a ‘adaptarte’ socialmente”.
Con el alivio de muchos padres escandalizados, pasó lo inevitable: las patillas se cortaron. Para Erick, lo sorpresivo no fue dejar ir esa etapa, sino la “inexistencia de una generación de recambio”.
— ¿Qué ocurrió? ¿Por qué los pokemones no siguieron “evolucionando”?
— Creo que no fuimos más necesarios. Lo que hicimos fue llevar al extremo las reglas que se imponían en la sociedad en ese momento, romper el conservadurismo de una época e imponer cambios. Hoy, un cabro con las uñas pintadas y el pelo largo no impacta, ¿para qué mantener, entonces, esas estéticas viejas?
En el Chile del 2007 era imposible que no llamaran la atención. La avalancha de jóvenes viviendo su sexualidad libremente y maquillados sin importar el género chocaba con ese otro país más clásico, que apenas hace tres años había aprobado el divorcio. Contraste en el debate que fue aprovechado por el primero de los programas dosmileros enfocados en la adolescencia: El Diario de Eva.
Si decimos Eiko, puede que pocos la reconozcan, pero al agregar “quiero que mi amiga vuelva a ser perna”, los recuerdos comienzan a aflorar. Dos chicas de rosado aparecen en pantalla, tienen el cabello recogido con múltiples pinches, pero su actitud dista del tono infantil. Con cierta molestia, le cuentan a Eva Gómez, conductora del programa, que desde la gira de estudios a Bariloche su amiga “se puso poncia”.
El video en Youtube cuenta con más de 600 mil visualizaciones, fama que si bien la protagonista admite ha acarreado burlas e incluso amenazas de muerte, ignora porque tiene “cuero de chancho”: “Ahora somos memes, pero nadie admite que en esos años el sueño de todos era ir al Diario de Eva”.
A este programa se le sumaría Yingo, transmitido en Chilevisión entre 2007 y 2013, que llevó al estrellato a figuras como Arenita, Hardcorito y Karol Dance. Sin embargo, la pérdida de popularidad de Fotolog por una red social menos visual como Facebook, sumado al fin de las transmisiones del proyecto de Eva Gómez el 2010, llevaron a un declive de las tribus urbanas que paulatinamente vació la ciudad.
Sobre el fin aparente, Eiko responde sin dudar que se debió al “efecto TikTok” que comenzó “incluso desde antes que esa app existiera” y agrega que la inmediatez del internet llevó a “una adolescencia más ensimismada, sin pertenencia o comunidad detrás”. “En tres segundos scrolleas y te olvidas del video anterior, ¿cómo crear una cultura juvenil así?”.
Para Andrea Ocampo, el declive no tiene una única respuesta, sino que responde a “fenómenos universales y epocales únicos de cada generación” y a una diferencia en el contexto: “Los adolescentes pokemones no vivieron una juventud encerrada por el Covid, no tuvieron en internet a su interlocutor”, comenta.
Sin embargo, en convenciones, en sus casas o en conciertos, aún hay quienes mantienen vivas las tribus urbanas. Con 18 años de trayectoria, Eiko aún pertenece a la comunidad gyaru, subcultura japonesa que rompe los estándares de belleza utilizando pieles bronceadas, maquillaje atrevido y cabellos de colores. “Aún quedamos nosotros. A diferencia de los pokemones, hardcore o emos, el mundillo otaku sigue estando vigente”, dice.
¿Qué hace que un país como Chile se sienta atraído por costumbres del mundo nipón? Si bien la respuesta es multifactorial, Ocampo destaca los efectos que produce este cruce con un “estilo más soft”: “Son historias que no representan la crudeza de la historia latinoamericana, sino que más bien nos hablan de una perspectiva de mundo más amable, sin estos elementos del tercer mundo como la precariedad, pobreza o necesidad”.
Dante no prende la cámara para la entrevista y solicita que se borre toda información que advierta sobre su identidad personal. Es bajista y actualmente voz principal de Undesire (@undesire_official), banda visual kei chilena. “Con la banda queremos mostrarnos como personajes, es parte de la mística que genera el visual kei”, explica.
En su libro Ciertos ruidos, Andrea Ocampo define al visual kei (VK) como “un movimiento estético-musical” donde Japón toma “elementos exógenos para reanudarlos a su cultura a través de un quiebre, ruptura y rebeldía a la tradición”. En la práctica, se caracterizan por una apariencia teatral y andrógina.
Fue su amor por el anime y “descubrir que todas las bandas japonesas tenían una estética que imitaba las animaciones” lo que lo acercó a esta tribu cuando estaba en la media. El compromiso, en cambio, afirma que se debe a la dificultad de conseguir referencias. “Internet no era lo que es ahora, por lo que encontrar información era como buscar una aguja en el pajar, había que dedicarle tiempo y eso creaba una especie de cariño con tu tribu”.
Dante no conoce a Eiko, pero concuerda con ella en que el mundo de las subculturas japonesas “está más vivo que nunca”. “Chile es un país otaku y por eso hemos resistido. Si antes nos hacían bullying, ahora está más normalizado, hasta Bad Bunny tiene canciones donde canta en japonés”, dice.
El músico mira el vaso medio lleno y se muestra optimista con la pérdida de popularidad de las tribus urbanas: “La gente que queda ahora es mucho más sincera. Se nota un amor por estos gustos. Hay una hiperfijación y eso atrae”, comenta, “Quizá no sea como antes, pero que sea más ‘selecto’ igual llama la atención, yo sé que los jóvenes que se comienzan a interesar no dejarán esta vida. Es un compromiso de toda la vida”.
Individualismo es el adjetivo que tanto Erick, Eiko y Dante utilizan para describir a la juventud de hoy. Aunque la representante del gyaru es enfática en decir que “no tiene nada de malo querer simplemente verse bonito”, no contar con una estética, según ella, que marque la época la deja con una sensación de vacío: “¿no te sientes parte de nada? ¿Qué ideales propones con tus compañeros?”.
Desde la academia, Andrea analiza la aparición de microfenómenos como las unicornias, brat o coquette. Sin embargo, explica que son “fenómenos epocales, ya que implican sólo formas de consumo y no grupos de pertenencia”.
Actualmente, la magíster en Estéticas Americanas ve un cambio de “tribus” a “movimientos urbanos” donde el foco está en la cultura urbana inspirada en el reggaetón y que se ve potenciado por el contexto actual: “Los jóvenes de hoy saben que nada está asegurado en sus vidas, ni tener una casa, ni que estudiar vaya a asegurar algo en el futuro, entonces encuentran en la criminalidad respuestas ante lo que la sociedad les ha dicho que tienen o no que hacer para ser exitosos”.
Para Erick, entre el 2004 y el 2009 se vivió una “etapa que nos permitió encontrarnos con nuestra identidad y quizá por eso decayó, porque nos conocimos y luego seguimos con el papel que queríamos tomar”.
“Si a mí me preguntas dónde están los pokemones, yo te digo que en todos lados, expresándose a su forma, pero están. Pon un reggaetón old school y nos vas a encontrar”, concluye.
En los recuerdos o en el presente, los ex jóvenes recuerdan con cariño la época en que descubrieron su estilo y prometieron que “no sería una fase”. Como el dicho, los años no pasan en vano y cambiar de las espinillas a las marcas de expresión es una cuenta regresiva al momento en que digamos a nuestros hermanos, primos o conocidos adolescentes, una verdad simple, pero innegable:
“Yo sí estaba en onda, pero luego cambiaron la onda. Ahora la onda que traigo no es onda y la onda de onda me parece muy mala onda. ¡Y te va a pasar a ti!”.