En esta columna #EnEfecto, la periodista y gestora cultural Florencia Rioseco Retamal, aborda las recientes críticas a las exposiciones visuales de la cantante chilena-mexicana Mon Laferte y los problemas estructurales del sector cultural en Chile.
x Florencia Rioseco Retamal
Existen pensadores que utilizan el ejemplo de la socialité norteamericana Florence Foster Jenkins para referirse a los fraudes artísticos: aquellas personas que ingresan en el circuito de las artes no por talento, sino por aburrimiento.
Pero, resulta cuanto menos llamativo que en la actualidad, algunos consideren pertinente utilizar el ejemplo de Jenkins no para señalar a otras infiltradas en el mundo artístico -a figuras que en Chile recuerdan a Raquel Calderón cantando ‘Me creo Punky’ o a Vesta Lugg incursionando en la música–, sino que para cuestionar a la cantante chilena-mexicana Mon Laferte.
A propósito de la reciente exposición visual de la artista, ‘Te amo’ en el Parque Cultural de Valparaíso y ‘Autopoiética’ en el Centro Cultural Matucana 100, han surgido diversas críticas, pero curiosamente ninguna de ellas centradas en el contenido artístico de esta exhibición, sino que referidas fundamentalmente a otros dos aspectos. Primero, el cobro de entrada por sus exposiciones; y segundo, la crítica hacia el denominado “camino fácil” o al “saltarse la fila”, que podríamos entender como falta de tesón o ausencia de esfuerzo: algo así como que hubiera hecho trampa eludiendo las 14 estaciones del vía crucis del crecimiento artístico en Chile.
En primer lugar, es completamente comprensible que en un país como el nuestro se cuestione el costo de acceso a exposiciones y otras actividades culturales. La neoliberalización extrema del mundo nos mantiene habitando en la añoranza de un Estado de Bienestar que cubra algunos derechos sociales básicos de nuestra sobrevivencia y, en su ausencia, al menos aspiramos a que la cultura sea subvencionada y accesible, como ocurre en diversas instituciones dependientes de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile.
En este contexto, es predecible que luego de la reciente aprobación del Presupuesto 2025 en Cultura –que llega solo al 0.5% y no al 1% prometido por el presidente Gabriel Boric – y, en medio de la espera de recursos a instituciones que corresponden al Programa de Apoyo a Organizaciones Culturales Colaboradoras del Estado (PAOCC), exijamos respuestas y políticas culturales sólidas, que garanticen estabilidad a largo plazo para el sector artístico y cultural.
El problema es cuando la crítica distorsiona el fondo de esta discusión. Es peligroso elogiar la “capacidad de gestionar financiamiento” de Mon Laferte como plantea Leonardo Portus en ¿Y si no fuera Mon? en Artishock, queriendo transmitir la idea de que la artista se enriquece con entradas de 8 mil pesos –como si no rentaran más las entradas de sus conciertos, la venta de sus discos y merchandising de los últimos años– o siquiera proponer, desde una posición ingenua, que la cantante toma el teléfono para llamar al director ejecutivo del Centro Cultural Matucana 100, Cristobal Gumucio, y le pide arrendar una sala por mero capricho.
Portus indica, además, que “los artistas visuales han sostenido en el tiempo la importancia de la gratuidad en el acceso a sus obras, como una forma de ampliar su alcance y compromiso con el público”, sería pertinente saber cuáles, dónde y cómo fueron las estrategias de financiamiento de los artistas a los que alude. ¿Cómo y quién paga la curatoría de esas exhibiciones? ¿Quién paga la luz, el agua del baño del público u otros ítemes de mantención? ¿Quién financia el equipo de producción general, en terreno, área de comunicaciones, redes sociales o prensa? Estaríamos necesitando con mucha urgencia esas fórmulas de trabajo, donde los equipos que sostienen el arte logren tener salario digno frente a la gratuidad absoluta.
“El trabajo artístico de Mon Laferte no agudiza los problemas estructurales de las artes y la cultura en Chile. La crítica que ha levantado su exposición visual no es una artística, sino que es, más bien, una falsa polémica. “
Por el contrario, afirmar que cuando el Parque Cultural de Valparaíso cobra entrada para la exposición de Mon la artista está “comprando el sueño de la artista interdisciplinaria” –como si crear sus pinturas, lienzos y arpilleras fuera equivalente a los arrebatos pueriles de las personas ricas– solo invisibiliza la potencia que existe tras el hecho de que una artista de fama internacional permita acercar las artes a públicos masivos, rompiendo las barreras muchas veces elitistas de las mismas, y logrando enriquecer el ecosistema cultural al financiar espacios públicos que, aunque reciben apoyo económico del Estado, confían en la venta de entradas para robustecer la escasez de sus cajas.
Otra crítica a Mon Laferte plantea la sospecha sobre el hecho de que una artista de la música “se inmiscuya” en las artes visuales. Esto nos presenta una visión mezquina y fragmentada de las artes, que cada vez se caracterizan más por la fluidez de los diálogos y los lenguajes, consagrando la interdisciplinariedad como riqueza y explotando la ausencia de fronteras entre una expresión artística y otra.
Mon Laferte es, a todas luces, una artista polifacética, tanto como lo han sido cientos de exponentes a lo largo de la historia; el francés Jean Cocteau hizo películas, creó obras visuales y escenografías teatrales, Salvador Dalí publicó libros y colaboró con el cine de Buñuel y, sin ir más lejos, Pedro Lemebel, Diamela Eltit y Raúl Zurita en Chile realizaron performances y escribieron crónicas, novelas y poesías como hitos fundamentales de sus trayectorias.
Habría que vivir en una burbuja, por cierto, para no saber que lo último que hizo Mon Laferte fue “saltarse la fila” para ser la artista que es hoy: creció en la población Gómez Carreño de Viña Del Mar, vivió gran parte de su vida del trabajo autogestionado y su estrellato llegó tras un inmenso camino de sacrificio, sin contactos ni élites que pavimentaran su ruta.
El rey desnudo de la habitación no es que Mon Laferte sea una artista caprichosa que salta de la música a las artes visuales como quien se pasea entre trampolines, que esté acumulando riqueza en base a cobrar dinero por exposiciones visuales, ni que le esté quitando espacios a otros artistas emergentes al exponer en salas relevantes; el rey desnudo en esta conversación es que lo verdaderamente indignante es el agotamiento de una infraestructura cultural sin recursos públicos, con escasas posibilidades de éxito para quienes no cuentan con una amplia gama de recursos individuales y privativos.
El trabajo artístico de Mon Laferte no agudiza los problemas estructurales de las artes y la cultura en Chile. La crítica que ha levantado su exposición visual no es una artística, sino que es, más bien, una falsa polémica.