MR CHUBI JUAN CARLOS SALAS

MR. CHUBI: LA VIDA EN COLORES DE JUAN CARLOS SALAS

En 1987, su jefe le pidió una tarea impensada: replicar un producto español que compitiera con las grageas M&M, a un costo más bajo. El ingeniero en alimentos, Juan Carlos Salas, tenía 27 años. En la fábrica Dos en Uno comenzó como supervisor de calidad y terminó siendo uno de los gerentes más importantes de la compañía. Pero detrás del azúcar y los colores, guardó en secreto su vida personal. Cuando otros hablaban de sus pololas, él cerraba la boca. Casi 40 años después, dice que los colores siempre estuvieron en su vida y, aunque ya no los come, la historia lo persigue hasta hoy. De las piñatas infantiles todavía caen los famosos Chubi.

x Tomás García Á. y Nicolás Urquiza Z.

Lleva la mano empuñada, las uñas contra la palma, casi de rabia. Se siente sobrepasado. Son noches completas soñando que un Chubi de color amarillo lo aplasta. Que se lo traga, lo envuelve tal como hacen las turbinas de cobre que mezclan el azúcar con el chocolate. Juan Carlos Salas sube las escaleras hacia el “Olimpo”, el salón que guarece a los gerentes de la fábrica Dos en Uno, ubicada en el Barrio Franklin, en Santiago.

Se arregla el pelo. Toca la puerta. Y apenas tiene enfrente a don Alejandro, expulsa lo que siente pegado en la garganta como masticable en una muela:

Necesito que me saque de este proyecto.

Lo dice con tanta seguridad que pareciera que no hay vuelta atrás. Que aunque le ofrecieran el mejor puesto en la compañía, Juan Carlos no desecharía su decisión. Pero aprovechando ese mismo impulso, don Alejandro le dice que bueno, con una condición: 

Cuando termines el Chubi.

Qué podía responder. Esa misión Juan Carlos se la había buscado. Por inquieto y porque, tal vez, después de tanto esfuerzo algo grande iba a nacer. 

AZÚCAR , GLUCOSA Y COLORES

El ingeniero en alimentos cumplía dos años trabajando en la fábrica Dos en Uno, cuando uno de sus jefes le dijo que habían comprado nuevas máquinas en España y que tenían un proyecto para él. No recuerda si se alegró, pero al inicio la noticia le vino bien.

Llevaba semanas incómodo sintiendo que todas sus capacidades estaban secuestradas por la rutina. Esas que había cultivado de niño desarmando relojes, desfilando con su túnica de monaguillo mientras repartía hostias en las misas cual pasarela y preparando fotogramas para reproducir películas en su barrio de La Serena.

Aunque no siempre había sido así. Juan Carlos tuvo que partir de cero cuando llegó a la Dos en Uno.

No conocía el azúcar más que en el té. Menos la glucosa en la cocina y de los procesos para llegar a hacer dulces y chocolates, entendía poco. Su honestidad y actitud, traducida en un “no sé nada de esto”, al parecer le quedaron gustando al gerente argentino que lo entrevistó porque antes de terminar, don Víctor le dijo que sí. Más específicamente “te vamos a contratar, empiezas el lunes”.

Ese 9 de diciembre de 1985, cuando el país seguía bajo la dictadura de Augusto Pinochet, Salas debutó como supervisor de calidad, pero no sabía qué debía hacer, ni tampoco su jefe. La compañía ubicada en Arauco 1050 tenía métodos básicos y “todo era arcaico, muy del ingenio de los maestros cocineros”, recapitula hoy Juan Carlos con su voz rasposa.

De ellos fue aprendiendo poco a poco. Metió las manos y no dejó de mirar. Intuitivamente comenzó a establecer flujos, etiquetas de ingredientes, planillas de control y entendió de medidas, capas, temperaturas y todo lo que importaba para terminar haciendo dulces. 

Estaba feliz y se hizo de amistades. Conocía a todos en la fábrica. Pero sabía que no era honesto consigo mismo y que el cuerpo se le contraía para no ventilar un secreto. Que le gustaban los hombres, que siempre había sido así, desde los besos a escondidas en los totorales de las playas serenenses, hasta las relaciones que mantuvo con Orlando y luego con Héctor. 

MR CHUBI JUAN CARLOS SALAS
Foto por Mila Belén (@mila.belen_).

“Trataba de mentir lo menos posible, nunca dije que tenía una polola, pero siempre llevaba una vida oculta”, rememora. “Sentía que todo el mundo hablaba del maricón detrás de las puertas”.

Entonces, se callaba y para los matrimonios de sus jóvenes colegas iba con una amiga para que nadie preguntara.

LA SARTÉN POR EL MANGO

Dos años después tenía la sartén por el mango, tanto que don Víctor le pedía consejos para tomar decisiones. “Yo era capaz de decirle todo lo que otros no le decían. En varias oportunidades me llamó y me preguntaba, ‘qué piensas tú’, ‘qué es lo que deberíamos hacer acá’, ‘cuál es tu mirada’. Generamos una sinergia bien interesante”, cuenta Juan Carlos.

Pero eso nunca se tradujo en un cargo mejor ni tampoco en tareas más agudas, algo que el ingeniero en alimentos siempre había buscado. De ahí la cara larga. 

Hasta que el reclamo recurrente de “yo no estoy para estas cosas” mientras trasladaba los baldes de glucosa, fue revirtiendo la situación. Partió creando las Buenas Prácticas de Manufactura de la empresa, una especie de manual para no cometer errores, específicamente en los Tiffany’s, los clásicos maní recubiertos de chocolate, las únicas grajeas que hacía la compañía. Hasta que un día don Alejandro, su jefe directo, le dijo: 

Vas a encargarte de sacar un nuevo producto al mercado.

Tenía nueve meses para hacerlo. Había que lanzarlo en la Teletón.

LAS MANOS EN EL CHOCOLATE

Juan Carlos Salas ya no recuerda por qué a las lentejas de siete colores las llamaron Chubi. Sentado en el living de su casa, rodeado por papeles murales de pájaros y coloridas hojas, lanza algunas hipótesis, pero ninguna lo convence del todo. “Creo que es porque en ese entonces a las personas que eran más rellenas les decían ‘Chubitos’ (de chubby, ‘regordete’ en inglés)”.

La Fábrica Dos en Uno, creada en 1962 bajo el control de tres importantes familias, los Lería, Quemada y Laya (Sociedad LQL), ya había seducido al mercado chileno con el chicle sabor tutti-frutti Dos en Uno, el producto estrella de la compañía. Para medir el éxito, los gerentes tenían un termómetro: “Si el producto nuevo no está arriba de la micro amarilla, estamos mal”.

Bajo esa consigna, lo que inició como una aventura en 1987, que a su modo de ver nunca debió recaer en sus manos, se fue convirtiendo en una pesadilla. Replicar sin recetas un producto similar al M&M, capaz de llegar a los hogares de un Chile que enfrentaba una dura crisis económica y sabía poco de colores por el régimen militar.

MR CHUBI JUAN CARLOS SALAS
Foto por Mila Belén (@mila.belen_).

Son dos los tambores que giran en el sentido contrario a las manecillas del reloj. Están juntos milimétricamente y el proceso indica que al echarlos a andar las lentejas deben unirse para formar los Chubi. Pero eso no ocurre. Inicialmente todo falla. El chocolate se derrite con el azúcar y termina mezclada en una gran bola incomible.

Nos fuimos ayudando con los proveedores de ciertas materias primas que pudieran dar un input de qué hacer y qué no  (…) tuvimos que recurrir mucho a la ayuda del área de mantenimiento y a la de ingeniería mecánica eléctrica. El tema de regular la temperatura, cómo hacer que el flujo de aire fuera menor”, recapitula el ingeniero mientras hace bailar sus dedos como tratando de imitar a las máquinas.

Cuando lograron la primera capa, los maestros cocineros, incluido Juan Carlos, notaron que antes de echar el colorante tenían que cubrirlo con una especie de goma. Un almíbar muy delgado preparado a alta temperatura. Si no lo hacían, el Chubi salía manchado como si tuviera una peste. Marquitas blancas que dañaban los colores parecidos a los de un arco iris, ese que Salas llevaba escondido en el pecho. Colegio católico, venido de ciudad chica. Concentrarse en el trabajo era una salida para conservar ese silencio, y a su vez no perder el lugar que se estaba ganando en la compañía.

“Quería ver el sol. Necesitaba que la vida me entibiara un poco porque lo estaba pasando pésimo; era trabajar todo el día para que nada resultara”, dice el ingeniero con leve desesperación. El chubi amarillo era su alarma. La señal que aparecía algunas noches; las contadas veces que Juan Carlos pudo conciliar el sueño durante ese periodo. Lo encontraba adormilado mientras sentía “cómo un sol” se lo tragaba, lo aplastaba. Le borraba la visión. 

Fue la inexperiencia o, quizás, la soberbia de querer hacerlo todo bien. O la presión de no quedar mal con nadie y cumplir con el encargo. Las máquinas del barrio Franklin nunca se detuvieron. Juan Carlos se pasaba días enteros haciendo pruebas, juntando ingredientes, dándose vueltas por la fábrica para sacarle brillo a las grajeas. Lograr que no se picara la capa de caramelo al empaquetarlas, implorando que el tiempo pasara más lento. Su cabeza daba tantas vueltas como las turbinas que batían el chocolate.

El 4 de diciembre de 1987, la séptima edición de la Teletón mostró en su franja comercial el nuevo producto de Dos en Uno bajo el lema ‘Chubi le puso color al chocolate. Era uno de los 26 auspiciadores del evento. Juan Carlos Salas miró a través del televisor a un grupo de personas bailando mientras llovían lentejas coloridas. “Es lo rico, es distinto, que ahora viene en mil colores”, cantaban mientras disfrutaban de la nueva creación de la compañía.

Después de nueve meses, respiró. Y de forma inusual en la historia de Dos en Uno, desde técnicos hasta supervisores involucrados en la creación, recibieron una gran bolsa con chubis para compartir con sus familias los colores por los que trabajaron días enteros.

MR. CHUBI

El ingeniero en alimentos logró una carrera ascendente. Ya en los 2000 llegó a ser el segundo al mando de la compañía como gerente I+D+I (Investigación, Desarrollo e Innovación). Le ofrecieron en más de una oportunidad irse bien pagado a otras empresas, pero él las rechazó. En la Dos en Uno, comprado luego por la argentina Arcor, su trabajo se duplicó y el estrés le empezó a pasar la cuenta.

Por ese entonces había iniciado una relación con Ricardo, a quien conoció a través de una llamada de Gay Phone, una aplicación de citas similar al Grindr de hoy. Fue él quien le insistió que debía hacer algo para disminuir su cansancio. Pero lo que le pasaba no era solo una cuestión laboral. 

La presión en la fábrica y su vida privada lo llevaron al límite, tanto así que llegó a tener discusiones con algunos de los trabajadores. “Tuve malos tratos”, reconoce Juan Carlos. La situación era insostenible. En 2014, le dieron su primera licencia por estrés. “El médico tratante me dijo ‘tienes que hacer terapia’ y yo le dije que nunca había hecho terapia en mi vida”, recuerda. 

Después de ocho meses de sesiones, todo fue instintivo. Llamó a sus hermanos, amigos, a todas las personas que quería para contarles lo que le pasaba.  “Salí oficialmente del closet. Le conté a mi familia recién en el 2014, o sea, cuando yo tenía 54 años, ¿cachai?”, rememora.

Su mamá fue una de las últimas personas en enterarse. Conocía a Ricardo y lo quería, pero hasta ese momento solo creía que era un buen amigo de Juan Carlos. Entonces, ella le dijo: “si usted ama a Ricardo eso es lo más importante en la vida”. 

MR CHUBI JUAN CARLOS SALAS
Foto por Mila Belén (@mila.belen_).

Algo similar pasó con sus compañeros en la compañía. Un día agarró a su jefe y le aclaró que el hombre que siempre lo acompañaba a los encuentros fuera de la oficina era su pareja y que la próxima vez que le pasara algo a Ricardo, le dijo, “no tengo que estar inventando, pedirte permiso, porque sabes que es mi pareja (…) y se acabó la historia. Quiero tener la misma libertad que el resto”.

Después de todo, sintió el calor del sol. Como si la bola gigante de chocolate amarillo se hubiera deterrido, tragada por las turbinas de cobre que la crearon.

Mirando hacia atrás, Juan Carlos dice que no dimensiona el impacto del Chubi en Chile. Que pese al dolor de cabeza, para él fue hacer un producto más.  “Yo estaba feliz teniendo una pega. Vivir, comer, viajar, armar un patrimonio medio chiquito que fuera. Jamás pensé en ser jefe y menos gerente. Nunca. Porque yo era gay”, revela con una mano apoyada en su pierna y la otra sosteniendo un envoltorio vacío de Chubi. 

Pero luego se detiene, reposa un segundo en el sillón de su casa y se reincorpora. 

Lo pienso ahora y creo que de alguna manera el Chubi le ha dado alegría y emotividad al corazón. Que en la toma de Peñalolén, donde había un tema de falta de techo, hayan denominado ‘Las casas Chubi (a las viviendas sociales que comenzaron a entregar en 2006) es porque el Chubi tiene que haber evocado alguna sensación bonita. No solo la felicidad de comerse algo. Es mucho más relevante que simplemente darle color al chocolate, como decía el comercial”, concluye Mr. Chubi.