Sexo

TIRADERA COLA:

NOTAS DE SEXO Y
DESAMOR QUE DEJÉ EN MI CELULAR.

Esta no es una queja por los amores que no llegaron a serlo. Es, más bien, un collage de escritos anotados en el celular después de tirar con un desconocido o pasar horas en Instagram idealizando a los hombres gay. Es una tiradera, como dicen en Colombia, pero aquí a quienes palabreamos es a nosotros mismos.

x Joaquín Martínez

I.

Sexo

Me cansé de los gays bonitos que busco en Instagram. Cuerpos tonificados gustosos del buen gusto y el vestir, que se acuestan consigo mismos, se revuelcan con sus iguales, por la mañana y en la noche para abrazar la angustia; que les arde la pena. Rabia y soledad oculta en una selfie y una nude que comparten en sus stories y en su feed.  Me vendieron las imágenes, yo me las tragué. Queriendo parecerme, deseando ser lo que veo, convenciéndome que está bien buscarlos para mirarlos y tocarme sintiendo que los tengo junto a mí. Tatuajes, poleras, jeans. Puede que no sean reales y tampoco yo. Adoptando los estilos que están de moda en París, encargos a una fábrica con parada en Bangladesh. Me aburrí de los códigos binarios, del sí y el no, del gordo y el flaco. Me cansé de los gays bonitos del Instagram. Me cansé de buscarlos y desearlos. Voy a buscarme a mí, desprovisto de ropa o como sea que me encuentre, pero a mí.

II.

Que te vayas tú

y me vaya yo.

Y nos vayamos juntos.

La leche espesa caliente en tu ombligo.

Yo sobre tu mar de pelos en el cuerpo

y tú sobre los míos que no tengo.

III.

Sé que me ve cuando subo al vagón. No nos conocemos, pero si quisiéramos nos besaríamos y probablemente terminaríamos en un manoseo o, mejor aún, en un intercambio de sexo oral.

Sé que él sabe que yo lo sé: lo de querer sacarnos la ropa sin conocernos. Lo de flirtear un par de minutos, alcanzar a olernos el cuerpo y pasarnos la lengua hasta llegar a la oreja.

Por un rato solo nos follamos con la mirada, o más bien, con la mirada que no nos damos porque ninguno quiere hacer sentir importante al otro.

Ninguno quiere asumir que podríamos bajarnos del vagón en cualquier estación que nos pille a medio camino y hacernos gemir mientras nos chupamos.

Hacemos como que no nos vemos. Así somos nosotras las colas: orgullosas, (des)interesadas, vanidosas. Nos gusta que nos mastiquen mientras nos adulan.

Que nos miren y nos digan sin usar ninguna palabra: te follaría aquí en medio de la gente. Te culiaría rico hasta gastarte el cuerpo.

Huachito desconocido, quiere escucharte chillar.

Sexo

IV.

Estaba caliente. Con esas calenturas que te hacen imaginar el mejor sexo. Tenía la casa sola y mi mente acompañada del recuerdo de esa vez que llevábamos media hora tirando y mi respiración era tan agitada que pensé que me iba a desmayar. Pero esta vez no eras tú, eras otro, un cualquiera. Te escogí a ti al azar, no porque me gustaras. Te escogí porque según la distancia de la app estabas cerca y mi cara era para ti algo que “me follaría hasta el infinito”. Te escogí porque la idea de sentirme deseado por otro cuerpo y poder tocarlo me excitaba.

“Ven a mi casa que estoy solo por un rato”.

Sólo viste dos fotos mías y ninguna donde se me viera el cuerpo entero o piel que no estuviera en mi cara. Te dije que no soy de

         touch and go

                          de un culión exprés 

                                                   de un PAS C/L. 

Pero igual lo hago sin importarme el mal sabor que me queda después. Es un ardor extendido por mi cuerpo y que tiene sabor a culpa. Crecí aprendiendo que el sexo es sólo para personas que se aman. De lo contrario está prohibido y hay que temer. Sobre todo en un país donde culturalmente el sexo exprés entre hombres sigue siendo sinónimo de infecciones de transmisión sexual. Ese estigma marca tu identidad y cuerpo a los ojos de los demás. Se vuelve tan presente que arde.

Llegas rápido porque andas en bici, conversamos,

“¿Te tinca si hacemos algo rápido? Tengo que salir”.

 

 

Tu pico duro y parado y el mío no al máximo. No estaba tan cómodo pero intentaba no pensarlo y sacarme la calentura. Acomodaba el condón y me aseguraba de que no se saliera. Sentía el ardor pasando por mi cuello. Yo encima con mis piernas rebotando en las tuyas. Abajo las tuyas que no quería que fueran mías y arriba las mías que en ese momento dejan de serlo. Pueden ser las de cualquiera ahora, pero no me pertenecen. Tampoco son tuyas. Estoy cerca de acabar y desearía no sentirlas porque queman.

Me voy.

  Me fui.

    Qué rico.

        Ya, me tengo que ir, así que hablamos.

                         Déjame tu celu por la app.

Y yo diciendo:

“Bueno, ahí te lo paso”, mientras esperaba que te fueras para bloquearte.

Al hacerlo, bloqueo lo que pasó. O lo intento. Te lanzo tus bóxers y tu polera. Yo me quedo igual y guardo el condón para después llenarlo con agua, secarlo por fuera y apretar para comprobar que no esté roto. Ya no estoy caliente. O sí, pero conmigo mismo. Por no hacer lo que en verdad me hace sentir bien. Eso me quema, me arde como el primer chorro de pipí después de tirar, pero este lo siento en todo el cuerpo. No sé qué es lo que quiero tampoco, pero cuerpos y penes erectos que no deseo realmente no lo son. Me limpio el semen que salió de mí sin tantas ganas. Quizás esos espermatozoides estaban mejor en mis cocos.

Limpio lo que tú dejaste y te bloqueo.

V.

Anoche me puse los calcetines que una vez me prestaste y nunca te devolví. Siento que esas cosas que uno deja perdidas, o más bien, deja a propósito en la casa del otro, finalmente son tesoros para no olvidar lo que se tuvo. Por eso no sé si pedirte de regreso el polerón que un día te pase y fuiste haciendo tuyo. A veces prefiero que te lo dejes, haber si me recuerdas como hago yo cuando voy a dormirme con tus calcetines puestos en los pies.

VI.

sexo

La primera vez que asocié mis sensaciones y experiencias al concepto gay fue a los 15. Cursaba octavo básico y nadie en mi curso se identificaba con esa etiqueta. Pero dos compañeros de mi paralelo sí y lo decían a viva voz. Nunca vi que tuvieran miedo al hacerlo o que fueran discriminados en el colegio. Tampoco por otras personas las pocas veces que salí con ellos. Pensé que era más normal de lo que creía, pero hoy entiendo que realmente es porque crecí en un círculo muy privilegiado. Ellos iban a fiestas, se besaban con muchas personas y tenían sexo casual con hombres mayores que nosotros, adolescentes, en baños, parques, autos y piezas con olor a cigarro. 

 

Por más que quería calzar en su mundo, porque había algo en mí que me quemaba por salir y que sentía que nos unía más allá de las clases, nunca fueron mis amigos en verdad, pero sí mi primer acercamiento a la homosexualidad. Me reconfortaba pensar que yo no actuaba como ellos, por lo que hallaba alivio en imaginar que realmente no era tan gay. No me gustaba la idea de besar a tanta gente y eso creía que era una condición para ser aceptado en ese mundillo.

A diferencia de ellos, mis primeras experiencias con hombres fueron muy discretas y de forma virtual. Chats de webcam para gays donde abundaban hombres mucho mayores que yo presumiendo sus penes erectos, con voces entrecortadas y robóticas, que en más de alguna ocasión me convencían para unirme a ellos en una paja sin mostrar cara. Si me veían a los ojos estaría aceptando que somos iguales en ese espacio íntimo y yo no quería ser como ellos. Yo quería ser normal. En esa sala virtual solo éramos dos penes y cuatro manos. Como eran mayores yo intentaba entablar conversaciones donde les preguntaba cómo fue contarle a sus amigos que eran gays, si estaban seguros y todo lo que realmente quería preguntarme a mí. Nunca recibí un ‘¿Y tú?, solo un ‘Ya y, ¿Te gustaría ver mi pene?’. Y yo apretaba Siguiente.

VII.

Uno del Colo y el otro de la Chile. Los dos sentados arriba del caballo de Baquedano. Abajo la gente mirando, cuidando de que no se les vengan encima esos jóvenes de camisetas rivales que no dejan de pasarse la lengua.

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