LA DANZA INAGOTABLE DE SARA VERA
Es la creadora del primer programa de formación en danza de Valdivia y directora del Centro Cultural Bailarines de Los Ríos, la primera infraestructura dedicada a las artes escénicas en la región. Ha llevado el baile, la disciplina y la libertad de los ritmos y movimientos a niñas y niños del territorio riense. En la ciudad casi todas las personas la conocen. Lo que pocas saben es que años atrás la danza la salvó. Esta es la historia de Sara Vera en el Día Internacional de la Danza 2024.
x Florencia Rioseco Retamal
Sara Vera Salinas toca el suelo. Tiene una mano arriba, otra en la cadera y se agacha para mirar a todos con el talento que solo ostentan aquellos que pueden doblar las rodillas. Mientras lo hace, las mangas de su chaqueta rosada aletean y el rubio de su cabello brilla entre las luces de la discoteca. Bimba es uno de los pocos espacios bailables nocturnos de Valdivia. La entrada cuesta sobre los cinco mil pesos, pero esa noche, la bailarina y profesora Sara Vera entra gratis.
Claro que no es la primera vez que sucede. A sus 44 años, Sara conoce a quien debe conocer en una ciudad pequeña como Valdivia. Tiene las puertas abiertas en todas partes. Se desenvuelve no solamente con la fuerza de la danza, sino también con una cierta firmeza espiritual, la que resalta solo en quienes han sabido sortear la crudeza de la vida.
En la vida de Sara abunda la danza. Una de las artes más difíciles de posicionar: solo alcanza el 25% de la audiencia de artes escénicas en Chile; a diferencia del teatro cuyos espectadores completan el 60%. Según estadísticas oficiales del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio 4.045 personas se dedican a este oficio en Chile. El 47% de esa población vive en Santiago, mientras que en la región de Los Ríos, sólo el 3%. Sara es una de las bailarinas de aquel tímido porcentaje. Baila porque ama hacerlo, pero también porque es su sustento económico.
“Mañana vamos a ir a un lugar hermoso. Se llama Niebla y ahí está el mejor restorán de Valdivia”, me dice. Cuando habla, todo su cuerpo derrocha energía: el movimiento de su pelo liso y largo, las manos pequeñas y la espalda ancha. Es baja, pero tiene carácter y presencia. Su mirada es dulce, pero vivaz. Mientras se detiene a pedir un trago, todo el peso de su cuerpo se dirige a un solo lado, reposando sobre la cadera; y ahí es cuando se vuelve más obvio: Sara es bailarina. Nadie más se apoya en la barra de una discoteca con la punta del pie extendida sobre el suelo. Pero es extraño, si no fuera por esa singularidad, quizá nadie se daría cuenta. A pesar de ese temple alegre y espontáneo, Sara parece un enigma. Entrar en su historia es abrir una caja de pandora; a su templanza y a su sonrisa leve le anteceden años de insistencias.
“La danza de verdad es una magia, pero también puede ser hiriente” – dice luego. Lleva más de 20 horas despierta, pero parece ser que su energía es inagotable.
La he visto conducir un auto, hablar por teléfono, bailar y estar de frente al computador a lo largo del día.
Es la penúltima noche de Valdivia mueve escenarios, la primera versión de un Mercado Piloto Nacional de Artes Escénicas donde es una de las protagonistas. Pero ella está acostumbrada a pasar largas jornadas de trabajo: son muchos años de producción y gestión de artes escénicas en el cuerpo. En este cuerpo que baila.
Tenía seis años cuando conoció a Anyulina Arismendi, su primera profesora de danza. Era alumna de una escuela municipal de monjas en la población Valparaíso de Valdivia y encontrarla fue hallar una aguja en un pajar: “Tienes capacidades y habilidades físicas. Tienes que seguir haciendo danza”, le dijo, y, aunque era pequeña, Sara se aferró a esa verdad como quien se aferra a la propia vida.
“Siempre fue la danza para mí”, sostiene ahora, “Recuerdo cuando estaba en el colegio de monjas y me levantaba a las 6 de la mañana a estudiar, porque la tarde yo la ocupaba para danza, entonces estudiaba en la mañana”.
Se integró al ballet de la Cámara Municipal de Valdivia y a los 16 años ya ayudaba a sus profesores a dictar clases en pequeñas comunas de la región de Los Ríos.
Cuando tenía 20 años, se embarazó y se dio cuenta de que la danza no solo era un lugar seguro, sino su única herramienta de trabajo.
“Estoy embarazada, tengo cuarto medio. ¿Qué tengo para sobrevivir?: la danza”, se dijo a sí misma.
Era 1999. Llegó a la parroquia Preciosa Sangre y lanzó su primera clase. Participaron solo 7 personas, pero fue suficiente: así nació el Estudio de Danza Fantasía.
Los primeros años del nuevo milenio llegaron con una pila de documentos. En 2002 Anyulina Arismendi, su profesora de infancia, le dijo que solo había una cosa que podía hacer: estudiar y enseñar danza. No había más.
“La danza me salvó”, dice entonces Sara. Pero no de la población, ni de la escuela. Cuando habla con cadencia sureña, como quien persigue las nubes en tierra lluviosa, pareciera ser que la danza la salvó de sí misma: encontró una pasión, la hizo propia y ya no tuvo tiempo de perderse en los trigales.
Con los estudios de pedagogía básica en la Universidad Austral dejó la parroquia, arrendó un comedor al que le botó sus paredes y montó un salón de danza para dar clases de ballet a niñas y niños. Después de dos años, de siete pasó a enseñarle a cincuenta personas.
En 2012 su carrera ya estaba asentada en Valdivia. Formó una compañía con elenco estable que, a la fecha, acumula más de diez espectáculos, entre los que se incluyen homenajes a históricos de Disney como “El rey león” (2013) y un tributo a la reina del pop, “Strike a pose, Madonna Tribute” (2012).
Ya no eran siete ni cincuenta, eran cientos quienes veían sus espectáculos y se movían a su ritmo.
Fantasía había crecido demasiado, también toda su comunidad. Al poco tiempo, Sara conoció al gestor cultural y bailarín Ignacio Díaz y entonces aparecieron festivales, seminarios y programas de formación con artistas nacionales en la región. Allí fue cuando Sara compró un terreno en Barrios Bajos, lejos del centro de la ciudad, para levantar el Centro Cultural Bailarines de Los Ríos.
“Mi amiga es muy así: en Barrios Bajos había un supermercado de pasta base y la Sara quiso hacer su centro cultural ahí, para trabajar con las niñas de esa población”, dice Ignacio. “La Sara tiene un corazón infinito, pero no es que ella lo planifique, ella es así; sobre todo con la infancia. Tiene un don para trabajar con infancias”.
Adelante la primera infraestructura diseñada y construida para las artes escénicas de la región de Los Ríos y atrás, el lugar que comparte con su hija, que luego de salir del colegio, a sus 18 años, no dudó en qué hacer con su vida. Sí, danza.
“Yo me siento privilegiada en todo sentido. Soy una persona muy feliz porque esto es como el loto que te ganas… Tuve una hija, que además es bailarina y está terminando su proceso de formación profesional”, dispara rápida y emocionada, “Estoy en un estado en el que le puedo pagar eso, que es lo que yo nunca pude hacer. Puedo morir mañana si lo deseo”.
La hija de Sara heredó la danza como se traspasan y renuevan canciones y bailes de otros tiempos a nuevas generaciones y eso también fortaleció otros lazos y talentos familiares. Su mamá se transformó en vestuarista y su hermana en diseñadora y es quien se encarga de construir todas las escenografías de sus espectáculos, así como también la segunda sala del Centro Cultural Bailarines de Los Ríos.
“Tampoco puedo decir que yo hice esto sola. Hice mucho esfuerzo, empecé muy chica, soy muy metódica, todo lo que quieran decir…
…pero realmente esta huevada es porque hay otras personas que están ahí pulsando con energía y porque cuando uno trabaja con niños y niñas los espacios se llenan de una energía tan potente, que es indestructible”, dice, mientras mueve las manos cerca del corazón.
Su chaqueta rosada ahora está amarrada en su cadera y parece que Sara se mueve con ropa de espectáculo. Tiene las mejillas rosadas, pero el pelo rubio sigue intacto. Ya son las 3 de la mañana y yo me despido de Sara y de la discoteca Bimba con un abrazo. Mientras me alejo, ella vuelve a la pista como si la atrajera un imán, como si solo viviera para bailar.