En esta columna #EnEfecto, el cientista político Alonso Matías Pikaia analiza las diferencias entre el “centro político” y el “centro sociológico”. ¿Cuál es el camino que deben tomar las y los candidatos a la presidencia para seducir quienes aún no cierran su voto? Aquí, algunas respuestas.
x Alonso Matías Pikaia
El término “centro” proviene del griego kentron, el punto desde el cual se traza una circunferencia. Latinizado como centrum, alude a ese punto central en torno al cual se organiza un círculo. Un concepto geométrico, claro, fijo, equidistante entre extremos. Pero aunque nace en la geometría, el “centro” pronto ingresó en la política. Durante la Revolución Francesa se llamó “centro” a quienes se sentaban entre jacobinos y girondinos en la Asamblea. Una posición intermedia que, con el tiempo, se consolidó como “centro político”. Pero mientras en geometría el centro es exacto, en política es difuso, mutable, y muchas veces inexistente.
Hoy en Chile, distinguir entre centro político y centro sociológico es clave para entender por qué algunas candidaturas crecen y otras se estancan, atrapadas en una moderación abstracta que ya no moviliza a nadie.
El centro político, clásicamente, es la posición intermedia en el eje izquierda-derecha. Un espacio ideológico diseñado para capturar al votante promedio. Anthony Downs lo explicó en los años cincuenta: en sistemas bipartidistas, los partidos tienden al centro para ganar elecciones. En Chile, esta lógica funcionó durante el bipartidismo. La Concertación construyó su hegemonía desde allí, con gestos y símbolos que tranquilizaban a élites e inversionistas.
Pero hoy ese centro está deshabitado. La polarización, la fragmentación de los partidos y la desafección con la política tradicional vaciaron de contenido ese espacio. Los gestos de moderación ya no mueven votos, ni mejoran encuestas, ni generan simpatía fuera del círculo de columnistas como Genaro Arriagada u Óscar Guillermo Garretón. La realidad electoral es elocuente: la estrategia de revivir el centro político ha fracasado. Lo muestran los pobres resultados de Amarillos, Demócratas y la DC, que no logran sintonizar con una base electoral relevante. Incluso los intentos de última hora del Socialismo Democrático en las primarias fueron manotazos sin respaldo ciudadano. Ese centro idealizado desde arriba ya no existe en la calle, ni en las oficinas, ni en las conversaciones reales. Sobrevive apenas en ciertos medios que inflan voces tipo Cristián Warnken sin peso social.
En cambio, el centro sociológico es el que importa. Es el que habita en las preocupaciones concretas: empleo, salud, seguridad, pensiones y la dignidad de la vida cotidiana. Ahí se juega la legitimidad. Este centro es menos ideológico y está profundamente vinculado a la experiencia real de las mayorías. A diferencia del centro político —construido desde las élites—, el centro sociológico se expresa desde abajo. Hoy lo integran unos 6,5 millones de personas, en su mayoría de sectores medios y bajos, sin adscripción ideológica fija. Pueden votar por Republicanos, Parisi o el Partido Comunista. Son pragmáticos. Votan por quien ofrezca soluciones claras y creíbles a sus demandas. Muchos no habrían votado si no fuera obligatorio. Pero hoy, obligados a elegir, lo hacen desde el sentido común, no desde la fidelidad partidaria.
Por eso, en la política actual, quien quiera crecer debe salir de la dicotomía izquierda-derecha. Debe abandonar el espejismo del centro político y conectar con el centro sociológico. Allí está la vida real. Allí se construye la adhesión.
Jeannette Jara está mejor posicionada que cualquier otro candidato para acercarse a ese centro. Su experiencia en la gestión pública, su lenguaje claro, su capacidad de dialogar sin renunciar a principios y su trayectoria de vida le permiten sintonizar con ese Chile que madruga, trabaja y se preocupa por el futuro de sus hijos.
Esto contrasta con figuras como Johannes Kaiser o Evelyn Matthei, que siguen jugando en clave puramente ideológica. Su rigidez discursiva puede consolidar nichos, pero limita la expansión hacia ese electorado mayoritario que no busca trincheras, sino certezas. José Antonio Kast lo ha comprendido parcialmente: consciente de que no logra representar al centro sociológico, ha optado por el silencio en temas donde sabe que su posición no conecta con la mayoría.
Hace poco se quiso instalar que la suspensión de militancia de Jara para ser la candidata de todo el arco oficialista era un gesto crucial para conquistar votos de centro, cuando la verdad es que no le importa a nadie fuera del pequeño mundo de los partidos: Aylwin suspendió su militancia en la DC y Piñera renunció a RN, pero en la retina de la ciudadanía siempre estuvieron asociados a sus partidos. Lo mismo pasará con Jara. Lo que mueve votos es liderazgo, conexión y claridad de ideas, no gestos burocráticos que solo entretienen a la élite política.
De hecho, si algo ha demostrado el oficialismo en el último tiempo es que sus directivas partidarias suelen ser más un lastre que un apoyo para sus candidaturas. Han hecho malos diagnósticos, se han desconectado de las bases y terminan siendo rostros que restan más de lo que suman en campaña. Lo que le conviene a la candidatura de Jeannette Jara es marcar distancia con las caras visibles de esas directivas y continuar afianzando su conexión con la sociedad real.
Porque, al final, cuando llegan las elecciones, el país no vota por etiquetas impuestas ni por miedos reciclados, sino por quien percibe como representante de sus intereses y necesidades. Quien logra sintonizar con ese centro sociológico gana legitimidad, confianza y posibilidades de victoria.
Quizás el centro político sea apenas un punto en un papel. Pero el centro sociológico es el más real: el lugar donde la política se juega de verdad. Ese es el centro que el Socialismo Democrático ya no logra encarnar y al que el Frente Amplio puede aspirar a representar, siempre que sea capaz de construir un relato político que esté a la altura de las expectativas de las mayorías. Incluso es un centro al que podría apostar la “derecha democrática”, si deja de imitar la estridencia y los excesos de Kast y Kaiser, y recupera esa parte de su trayectoria que sí aportó al crecimiento, orden y fortalecimiento de la democracia. Porque, al final, ese centro sociológico es el espacio donde se construye poder con propósito, donde la responsabilidad se mezcla con la esperanza y donde las decisiones se toman con la mirada puesta en el futuro.